La perfección no es buena

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LA PERFECCIÓN NO ES BUENA

Pues no, señoras y señores. ¡La perfección no es buena! Esta demoledora verdad rompe con las normas sociales de que la búsqueda constante de la perfección en todo lo que hacemos nos llevará a un estatus superior a la media.

No es fácil obviar todas esas voces hablándonos constantemente de ser los mejores, los más en todo, la perfección física, intelectual, social, familiar…. La presión para que seamos y hagamos todo perfecto viene de varios frentes.

PRESIÓN FAMILIAR

Los imperfectos padres y madres quieren que su hija o hijo sean perfectos. Que hablen los primeros, que anden los primeros, que dejen de usar pañal antes que la media, que sean un alarde de belleza angelical y de simpatía arrolladora…

Y es que los padres, sobre todo los que viven en esta época de sobreinformación en la que las personas enseñan en un repintado mundo digital lo mejor de sí mismos, pero esconden sus defectos como si de una enfermedad contagiosa de tratase, necesitan que sus hijos e hijas sean perfectos… para reafirmarse a sí mismos como perfectos padres.

El control total se considera necesario. Ya en la planificación de la personita futura, padre y madre (o sólo padre o madre, en caso de familias monoparentales), echan a volar su imaginación y divagan sobre cómo será su criatura y su papel de progenitor/a modo “pro”.

Para ello, los futuros padres, sobre todo si son primerizos, se empapan de cantidades enormes de lectura densa sobre crianza, inteligencia del bebé, educación avanzada, parto ideal y alimentación hasta los 18, mientras compran ropita eco hipoalergénica, que han leído que es “lo más”.

La expectativa contra la realidad

Imaginan sus horas de juego entre risas, la hora de la comida en familia bromeando con las bolitas de pan, la primera palabra, la tutora del colegio hablando maravillas de su hijo o hija, (y reafirmándolos como perfectísimos padres), los largos en la piscina dejando atrás a sus compañeros, la universidad u universidades (¡que a lo mejor saca dos carreras!), creando un mundo perfecto… imaginario e irreal.

Porque llega el bebé, con todas sus necesidades de bebé y esa forma de llorar que hace que tu estrés se active de cero a 100 en segundos. A esto le sumamos todas las personas “con experiencia” que rodean a los padres, dando consejos bien intencionados, pero que gritan “no sabes ser madre o padre”.

Y empieza la fiesta. Todo lo que los progenitores han leído que tenían que hacer, ahora se empeñan en aplicarlo para conseguir crear su nube de “maravillosidad”. La ropita perfecta, la comida perfecta, el descanso perfecto del bebé, el baño diario con sus 50.000 cremas y accesorios, el carrito último modelo tracción 4 ruedas, y una preciosa convivencia pacífica llena de comunicación asertiva entre convivientes.

Presión, presión, presión.

Y sin saber ni cómo, los padres se auto-presionan de tal forma que viven en un constante sentimiento de improductividad, culpabilidad, invalidez, decepción, descontrol y miedo. Mucho miedo.

Con ese estado de ánimo, unido a un trabajo, la sociedad y la criatura, poco espacio queda para la felicidad y los momentos pequeños.

Buscando la perfección como padres de forma impulsiva sólo consiguen que su experiencia sea todo lo contrario a lo esperado, y la crianza se convierte en una competición dentro de la sociedad.

La búsqueda de la perfección crea el efecto contrario, y el exceso de presión genera precisamente el descontrol que queríamos evitar.

PRESIÓN FÍSICA Y SOCIAL.

Alimentarse bien, hacer ejercicio, meditación, comunicación asertiva con los demás, mediación, sonrisa agradable, aptitudes para la socialización, muchos amigos y amigas que mostrar en las redes sociales, viajar y sacar 3000 fotos, pareja divina, actividades culturales, formación continuada, máster en productividad y energía para todo eso con la mejor de las actitudes.

Esto nos vende la sociedad que debemos ser y hacer. Tanta presión suele acabar el fin de semana, totalmente agotados, sin ganas de salir y menos de ver a nadie, gritándole a tu persona más próxima y dándose un atracón de grasas saturadas y azúcar en el sofá mientras ves un maratón de series. Ya te autoflagelarás el lunes.

PRESIÓN PRODUCTIVA.

Queremos y debemos ser productivos, ¿no?. Estudiar lo máximo posible, trabajar “en lo tuyo”, escalar en tu trabajo o empresa… todo lo demás huele a fracaso. Los patrones de éxito establecidos por la sociedad ejercen una tremenda presión sobre las personas a la hora de elegir su medio de vida.

Si no alcanzas a ir siempre hacia arriba, mal.

Si no te da el tiempo para hacer todo lo que se espera, y lo que esperas de ti, mal.

Si no tienes un trabajo estable, mal.

Si emprendes y fracasas, mal.

Si te despiden de tu trabajo, mal.

Si te pones enferma/o, mal.

Si no tienes una casa en propiedad y coche de menos de 7 años, mal.

Si te deprimes, ¡disimula! Que nadie conozca tus debilidades.

LA PERFECCIÓN NO ES BUENA

Pero la perfección no es buena.

La búsqueda obsesiva de la perfección sólo lleva al bloqueo y a la decepción, ¡porque es una utopía!

Aunque tú te considerases perfecta o perfecto, es sólo tu criterio. Otras personas pueden pensar que no lo eres y ya estarás siendo imperfecto para la sociedad, lo que te convierte en imperfecta/o. Paradoja de la vida.

Buscando la perfección, se obvia el camino, los pequeños detalles y disfrutes, la autenticidad de las personas, los conflictos que nos hacen crecer…

Nuestro espíritu humano ya tiene por naturaleza la búsqueda de la evolución. Pero nuestras experiencias y lo que somos es el camino, no la meta, por eso no podemos pretender ser perfectos y flagelarnos cuando no lo somos, porque ya estamos en el camino, ya hacemos lo que podemos.

No hace falta presionarse tanto. Hace falta buscar ser mejores, sí, SIEMPRE, pero sin tanta presión, y menos, por presiones externas.

Tenemos la valiosa baza de poder controlar el ritmo de nuestra vida, de permitirnos caer y levantarnos, de pasar temporadas improductivas socialmente por necesidad de descanso.

No seremos perfectos nunca, pero somos seres únicos y valiosísimos, originales y resilientes, eternos alumnos y alumnas. No ejerzamos más presión de la necesaria y comenzaremos a disfrutar del camino, que es la verdadera vida.

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